En el día a día, nuestra espiritualidad se encarna :
“La contemplación de las cosas divinas y la unión asidua con Dios en la oración debe ser primer y principal deber de todos los religiosos.”
(Canon 663)
Esta fuente de agua viva, a la cual recurrimos para encontrar fuerza y alegría, nos conduce al don de nosotras mismas y fecunda nuestro apostolado.
El ritmo del día lo indica el tintineo de la campana que nos llama todas a la oración: Eucaristía, liturgia de las horas, oración, Rosario, lectura espiritual, silencio… Los retiros y ejercicios espirituales nos permiten revitalizar nuestra vida espiritual.
San Vicente de Paúl nos anima a “permanecer unidas a Jesucristo y entre nosotras por el lazo indisoluble de la dilección fraterna”.
Vivimos juntas los tempos de oración, el trabajo comunitario, el tiempo de descanso, las vacaciones. Navidad y verano son los mejores momentos en donde nos reunimos todas en la Casa Madre lo que nos da alegría y consuelo a cada una y permite fortalecer los vínculos de nuestra unión.
Buscando a imitar a Cristo que “no vino para ser servido sino para servir”, las hermanas, cualquiera que sea nuestro trabajo en la Congregación, contribuimos a la educación de los jóvenes que nos ha confiado el Señor.
Nos graduamos y recibimos una formación pedagógica para dispensar las distintas asignaturas escolares y compartimos las distintas tareas de supervisión y de mantenimiento indispensables, trabajando en la misma obra con alegría, en el entendimiento fraterno, para mayor gloria de Dios.