Cada Instituto religioso es un reflejo de la Belleza y Bondad de Dios, inspirado por el Espíritu Santo para responder a las necesidades de la Iglesia en el mundo y manifestar de una manera particular el amor de Dios hacia los hombres.
San Vicente de Paúl y Mme de Pollalion tuvieron la inspiración de fundar la Unión-Cristiana para contribuir a glorificar a Dios y a salvar almas de todas las maneras posibles en el ámbito de la educación e instrucción cristiana de la juventud.
Procedente de la contra reforma del Concilio de Trento, la espiritualidad de la Unión-Cristiana es la de la escuela francesa de espiritualidad: se trata de imitar a Cristo a través de sus distintos estados de vida.
El propio nombre de la Unión-Cristiana, escogido por San Vicente de Paúl incita a las hermanas a
“permanecer unidas a Jesucristo y unidas entre ellas por el lazo indisoluble de la dilección fraterna”
(Constituciones)
en nuestra vida comunitaria y apostólica. Pronunciamos votos públicos de Pobreza, Castidad consagrada y Obediencia. A éstos, le añadimos un cuarto voto, reconocido por la Iglesia como nuestro carisma propio: el voto de Unión. Por este voto, nos comprometemos, en nombre de nuestra Unión a Jesucristo y como testimonio de nuestro amor a El, a permanecer unidas entre nosotras en el seno de la Comunidad.
Al igual que nuestra Fundadora que nos dio ejemplo, las hermanas tratamos de cultivar un gran amor hacia el Santísimo y de practicar un Santo Abandono a la Divina Providencia.
Las primeras Superioras del Instituto escogieron a la Virgen María como Madre y Fundadora del Instituto. Desde entonces, tratamos de alimentar una confianza filial en su protección materna.
“A la Virgen María, Madre de Jesús y Madre de la Iglesia, las hermanas se dirigirán a ella con confianza y amor”
(Constituciones)